Comer animales con amor

Hoy escuché el episodio de un podcast en el que entrevistaban a una chef, y me resonó tanto algo que ella dijo, que sentí la necesidad de escribirlo.


Gran parte de su discurso me pareció interesante. Ella hablaba de la diferencia entre nutrirse y comer. De estar presente en el momento de la comida.

Además, que al preparar los alimentos había que “ponerle amor,” y de la importancia de ser consciente de los alimentos ingeridos. De la conexión que existe entre lo que somos y lo que comemos.

Hasta ese momento, yo escuchaba con entusiasmo sus palabras. Y para ser sincera, estaba esperando que hablara de veganismo.

Muy al contrario, dio un ejemplo de lo que significaba “ser consciente”, que me resultó casi increíble.

Dijo algo como “ En lugar de comprar un pollo de granja industrial, mejor comprar un pollo que trataron con amor… aunque luego lo mataron

¡¿Qué?!

De ahí en más, a pesar de que la entrevista siguió sonando en mis auriculares, no logré escuchar más. Mi mente se fue a otro lugar.

¿Habia escuchado bien? ¿Estaba hablando de consciencia y amor o de justificar la muerte de un ser sintiente, con un discurso contradictorio?

¿Era hipocresía?

No… era otra cosa. 

Durante las horas que pasaron desde que escuché el podcast hasta ahora, fui recordando algunos discursos que tienen en mí el mismo impacto.

Frases como “amor y paz en esta Navidad” mientras se cena el cadáver de un animal.

O la típica “yo amo a los animales” pero se lo come.

O “me preocupa el medio ambiente”, pero consume productos de origen animal.

Por más claras que sean hoy para mí esas contradicciones, durante la mayor parte de mi vida yo también las tuve. Yo no nací vegana.

Siempre me consideré una persona bondadosa y compasiva. He rescatado y adoptado gatos de la calle o pájaros, pasé noches en vela cuidando de su salud. 

Y al mismo tiempo, comía otros animales. Estaba en contra de usar pieles, pero usaba cuero.

Tanto la chef del podcast, como yo, experimentamos “Disonancia Cognitiva

La teoría de la Disonancia Cognitiva, del reconocido psicólogo social Leon Festinger, publicada en 1957: 

“…puede definirse como la incomodidad, tensión o ansiedad que experimentan los individuos cuando sus creencias o actitudes entran en conflicto con lo que hacen.

Este displacer puede llevar a un intento de cambio de la conducta o a defender sus creencias o actitudes (incluso llegando al autoengaño) para reducir el malestar que producen”(1)

La mayoría de nosotros nos criamos con esta contradicción. Nos enseñan desde pequeños que “es importante respetar a los animales” 

Pero por otro lado, vivimos en una sociedad que justifica y normaliza la explotación animal, para diversos fines. Desde la alimentación, hasta el entretenimiento, la vestimenta, la experimentación, etc.

Es por eso que cuando reconocemos a los animales como seres sintientes, la disonancia cognitiva nos invade. Buscamos justificar nuestras acciones. “Como asado pero rescato animales de compañía” o “como pollo criado con amor”

El veganismo nos enfrenta con esas disonancias. Y es incómodo, molesto y desafiante.

Cuestionar la forma en la que nos educaron, vivimos y actuamos durante toda nuestra vida no es nada fácil. Requiere valentía, y mucha humildad. A pesar de eso, el veganismo, al menos en mi caso, se presentó como una decisión ineludible, fuerte y movilizadora.

La paz mental y la coherencia que se experimenta es inmensamente reconfortante. Como suele decirse, es como haber tomado la píldora de Matrix. Desde ese instante, se ve el mundo desde una nueva perspectiva, y ya no hay vuelta atrás.

Hacerme vegana fue sin dudas la mejor decisión que pude haber tomado en mi vida.

Lo que creo está en sintonía con lo que hago. Mis valores y mis acciones no se contradicen. 

Puedo explicarle sin culpa a mi hija de dónde provienen cada uno de los alimentos que comemos.

De lo único que me arrepiento, es de no haberlo hecho antes.

Evidentemente cada uno tiene sus propios tiempos. Como sea, más vale tarde que nunca.

Ojalá que este relato te encuentre en el momento justo.

REFERENCIAS

  1. Festinger, L. (1957). A Theory of Cognitive Dissonance. Stanford University Press.