Hace 8 años, un 31 de diciembre, tomé una de las decisiones más significativas de mi vida. Una decisión que impactó en la forma en que vivo y me relaciono con el resto de los seres sintientes.
Miro hacia atrás y recuerdo que, de alguna manera, ese cambio fue repentino, pero al mismo tiempo reflejaba un sentir que siempre me había acompañado y era parte de un proceso.
Aquel 31 de diciembre decidí que mis convicciones y mis acciones se alinearían. Que dejaría atrás el peso de la culpa, las incongruencias y las incomodidades que me generaba vivir como lo venía haciendo.
Sé que de nada sirve lamentarse sobre el pasado, aunque debo reconocer que me hubiera gustado hacerlo mucho antes. Y, a su vez, me siento muy plena y orgullosa de mí misma, porque tuve la humildad de reconocer que había vivido equivocada. Y en lugar de elegir mantenerme en mi zona de confort, preferí enfrentar lo que, paradójicamente, también me incomodaba más.
Y me hice vegana.
Y fue fácil. Sí, porque cuando se decide con convicción, cuando lo que nos parece ético se alinea con nuestra forma de vivir, se siente mucha paz. Es una sensación de plenitud. Y cualquier «dificultad» o «incomodidad» que pueda generar ese cambio resulta minúscula frente a la satisfacción de saber y sentir que las cosas son como deben ser.
Me hice vegana, y fue la mejor decisión que pude haber tomado. Sencillamente porque usar a los animales no está bien.
Hoy celebro no solo el año que se va y el Año Nuevo que llega, sino también haber dado ese paso. Celebro 8 años de veganismo.
Hazte vegana. Haz lo que es ético. Feliz Año Nuevo.